Claro que Richard Dawkins lo explica mejor en este video:
Al respecto Isaac Asimov en el artículo "Mirar a un mono largo rato" -tomado de la página de SinDioses- nos hace ver que no encontramos problemas al aceptar que un tigre y un leopardo, un perro o un lobo o un cangrejo y una langosta tienen ancestros comunes. Pero si los tenemos cuando encontramos parecido entre un chimpancé y un ser humano, lo que nos lleva a pensar que existe un antepasado común del cual evolucionaron ambos. Es entonces cuando nos volvemos reacios a aceptar que somos un animal más... un ser NO creado a la imágen y semejanza de un Dios y, por lo tanto, producto de la compleja simplicidad evolutiva. Siendo así no existen fines y objetivos preestablecidos que cumplir, sino que dependemos de nosotros mismos para alcanzar nuestras propias metas que nosotros mismos nos fijamos. Eso es lo que atenta contra la creencia y es por ello que aunque la respuesta a la pregunta que titula la entrada sea lógica y sustentada, poco importará al creyente.
En ese sentido los antievolucionistas negarán, aunque tengan pruebas de la evolución del hombre, cualquier evidencia de ello. Ya nos lo hacía ver Asimov al mencionar que estos:
Se concentran única y exclusivamente en un punto: el origen del hombre. No
he recibido ni una sola carta en la que se defienda acaloradamente que el castor
no está emparentado con la rata o que la ballena no desciende de un mamífero
terrestre. A veces me da la impresión que no se dan cuenta que la evolución es
aplicable a todas las especies. Únicamente insisten en que el hombre no, no, NO
desciende de, ni está emparentado con, los simios o los monos.
Y nos advierte respecto de algunos de los argumentos utilizados por ellos como el argumento de autoridad:
Me da la impresión que los antievolucionistas abordan el tema hombre-mono de dos maneras. Pueden defender firmemente la Biblia, declarando que está redactada por inspiración divina y que en ella se afirma que el hombre fue creado por Dios a su imagen a partir del polvo de la Tierra hace seis mil años, y que no hay más que hablar. Si adoptan esta postura, está claro que sus opiniones son innegociables, y no tiene sentido intentar negociar con ellos. Con una persona así podría hablar del tiempo, pero no de la evolución.
O pretender justificar la diferencia del hombre respecto de los animales en situacioes indemostradas o indemostrables:
Un segundo camino es el que siguen los antievolucionistas que intentan encontrar alguna justificación racional para su postura; esto es, una justificación que no esté basada en la autoridad, sino que sea observable o comprobable experimentalmente y lógicamente argumentada. Por ejemplo, se puede afirmar que las diferencias entre el hombre y los demás animales son tan fundamentales que es impensable que puedan ser salvadas, y que es inconcebible que un animal se desarrolle hasta llegar a ser un hombre mediante la exclusiva actuación de las leyes de la naturaleza; que es necesaria una intervención sobrenatural.
... (constituyendo el argumento del relojero o del ajuste fino aplicado a este caso) o considerar que existe alma o que el ser humano puede diferenciar entre el bien y el mal o, incluso, que el ser humano puede hablar y sus pariente no... clic para leer lo que Asimov establece al respecto (+/-)
Un ejemplo de estas diferencias insalvables seria la afirmación que el hombre tiene alma y que los animales no, y que un alma no puede desarrollarse mediante ningún proceso de evolución. Por desgracia, los métodos conocidos por la ciencia no son capaces de medir o detectar la presencia del alma. En realidad, ni siquiera es posible definir el alma a menos que se haga basándose en algún tipo de autoridad mística. Por tanto, este argumento no puede ser observado ni es comprobable experimentalmente.
En un plano menos exaltado, un antievolucionista puede argumentar que el hombre tiene el sentido del bien y del mal; que aprecia el valor de la justicia; que es, al fin y al cabo, un organismo moral y que los animales no lo son ni pueden serlo.
En mi opinión, esto es discutible. Hay animales que actúan como si amaran a sus crías y que llegan a dar su vida por ellas. Hay animales que cooperan entre sí y se protegen en caso de peligro. Esta conducta obedece a razones de supervivencia y es exactamente el tipo de actitud que los evolucionistas consideran probable que se desarrolle poco a poco hasta llegar al nivel que alcanza en el hombre.
Si se disponían a replicar que esta conducta aparentemente «humana» de los animales, es puramente mecánica y que es realizada sin intervención del entendimiento, volveremos a una discusión basada en las simples afirmaciones.
No sabemos qué es lo que ocurre en el interior del cerebro de los animales y, si vamos a eso, no tenemos ninguna seguridad en absoluto que nuestra propia conducta no sea tan mecánica como la de los animales, sólo que con un grado más de complicación y versatilidad.
Hubo un tiempo en que las cosas eran más fáciles que ahora, cuando la anatomía comparada estaba en mantillas y cuando era posible suponer que existía alguna enorme diferencia fisiológica que distinguía al hombre del resto de los animales. En el siglo XVII el filósofo francés Rene Descartes creía que el alma estaba, localizada en la glándula pineal, ya que aceptaba la idea, entonces bastante común, que esta glándula no se encontraba en ningún organismo excepto en el cuerpo humano.
Pero, ¡ay!, no es así. La glándula pineal está presente en todos los vertebrados y alcanza su mayor desarrollo en un reptil primitivo llamado tuatara. En realidad, ninguna parte de nuestro cuerpo es patrimonio del ser humano con exclusión del resto de las especies.
Vamos a ser más sutiles y a considerar la naturaleza bioquímica de los organismos. Aquí las diferencias son mucho menos marcadas que en la forma física del cuerpo y de sus partes. De hecho, los procesos bioquímicos de todos los organismos vivos presentan tantas similitudes, no sólo si comparamos al hombre con el mono, sino incluso con las bacterias, que de no ser por las ideas preconcebidas y el egocentrismo que define a nuestra especie, la evolución sería considerada un hecho evidente.
Tenemos que ser realmente muy sutiles y ponernos a estudiar los más finos entresijos de la estructura química de las omnipresentes y casi infinitamente versátiles moléculas de proteínas para llegar a encontrar algún rasgo que sea distintivo de cada especie. Después, gracias a las minúsculas diferencias de esa estructura química, se puede llegar a saber cuánto tiempo ha transcurrido aproximadamente desde que dos organismos se ramificaron a partir de un antepasado común.
Al estudiar la estructura de las proteínas no encontramos grandes brechas; las diferencias entre una especie y el resto no son tan enormes como para indicar que no habría habido tiempo para que esa divergencia se desarrollara a partir de un antepasado común a lo largo de toda la historia de la Tierra. Si existiera una diferencia tan marcada entre una especie y las demás, entonces esa especie en particular habría surgido de un glóbulo de vida primordial distinto al que dio origen a todo el resto. Aun así, esta especie habría evolucionado, descendería de otra especie más primitiva, pero no estaría emparentada con ninguna otra forma de vida terrestre. Pero repito que no se ha descubierto una diferencia tal y que no es probable que se descubra. Todas las formas de vida terrestre están interrelacionadas.
Desde luego, el hombre no está separado de otras formas de vida por alguna enorme diferencia bioquímica.
Bioquímicamente está dentro del grupo de los primates, y sus diferencias no son más acusadas que las de los otros miembros del grupo. De hecho, parece estar estrechamente emparentado con el chimpancé, cuya estructura proteínica es más parecida a la humana que la del gorila o el orangután.
Así que los antievolucionistas tienen que defendernos sobre todo del chimpancé. No cabe duda que si, como dijo Congreve, «miramos a un mono largo rato», en este caso a un chimpancé, tendremos que admitir que no existe ninguna diferencia vital entre él y nosotros, excepto el cerebro. ¡El cerebro humano es cuatro veces mayor que el del chimpancé!
Incluso esta considerable diferencia de tamaño es fácilmente explicable por la teoría del desarrollo evolutivo; sobre todo, teniendo en cuenta que los fósiles de homínidos tienen cerebros cuyo tamaño está a medio camino entre el del chimpancé y el del hombre moderno.
Pero es posible que un antievolucionista no considere dignos de atención los fósiles de homínidos y continúe afirmando que lo que cuenta no es el tamaño físico del cerebro, sino el tipo de inteligencia que opera a través de él.
Podría argumentar que la inteligencia humana sobrepasa de tal modo a la del chimpancé que cualquier posible relación entre las dos especies está totalmente descartada.
Un chimpancé no sabe hablar, por ejemplo. Los esfuerzos por enseñar a hablar a las crías de chimpancé no han tenido ningún éxito, por muy pacientes, hábiles y prolongados que hayan sido. Y sin el lenguaje, el chimpancé no es más que un animal; un animal inteligente, pero nada más que un animal. Con el lenguaje el hombre se eleva a las cumbres de Platón, Shakespeare y Einstein.
¿Pero no estaremos quizá confundiendo la comunicación con el lenguaje? No cabe duda que el lenguaje es la forma de comunicación más exquisita y eficaz que existe. (Nuestros dispositivos modernos, de los libros al aparato de televisión, transmiten el lenguaje de diferentes formas, pero sigue siendo lenguaje.) ... ¿Pero acaso se trata de la única posibilidad?
El lenguaje humano está basado en la capacidad humana de controlar los rápidos y delicados movimientos de la garganta, la boca, la lengua y los labios, que al parecer, están bajo el control de una porción del cerebro llamada «circunvolución de Broca».
Si la circunvolución de Broca resulta dañada por un tumor o un golpe, el ser humano sufre afasia y es incapaz de hablar y de comprender el lenguaje... Pero un ser humano que sufra de esta enfermedad sigue siendo inteligente y puede hacerse entender por gestos, por ejemplo.
La parte del cerebro del chimpancé equivalente a la circunvolución de Broca no es suficientemente grande o suficientemente compleja como para posibilitar la aparición de un lenguaje en el sentido humano. Pero, ¿y los gestos? Los chimpancés en estado salvaje se sirven de gestos para comunicarse...
En junio de 1966 Beatrice y Allen Gardner, de la Universidad de Nevada, escogieron un chimpancé hembra de un año y medio de edad a la que llamaron Washoe, y decidieron intentar enseñarle el lenguaje de los sordomudos. Los resultados les dejaron asombrados, a ellos y a todo el mundo.
Washoe aprendió con facilidad docenas de signos y los utilizó adecuadamente para comunicar deseos y expresar conceptos abstractos. Inventó modificaciones que también utilizó adecuadamente. Intentó enseñarles el lenguaje a otros chimpancés, y estaba claro que disfrutaba con la comunicación.
Otros chimpancés han sido entrenados del mismo modo. Algunos han aprendido a ordenar fichas imantadas sobre una pared de diferentes maneras. En estos ejercicios demostraron que son capaces de tener en cuenta la gramática, y cuando sus instructores construían deliberadamente frases sin sentido no se dejaban engañar.
Tampoco se trata de reflejos condicionados. Todas las pruebas indican que los chimpancés saben lo que están haciendo, del mismo modo que los seres humanos saben lo que están haciendo cuando hablan.
Naturalmente, el lenguaje de los chimpancés es muy simple comparado con el del hombre. El hombre sigue siendo el más inteligente con gran diferencia. Pero la proeza de Washoe demuestra que nuestra capacidad de hablar sólo se diferencia de la del chimpancé de manera cuantitativa y no cualitativa.
Pese a ello la respuesta a la pregunta está dada y no hay peor ciego que quien no quiere ver. Es además una respuesta testada, con evidencias que la sustentan, pero si el creyente no la acepta nada podemos hacer por él, es un deshauciado mental respecto de la evolución del hombre ya que su propio orgullo no le permite entender que forma parte de un complejo sistema y que es el resultado de lo mejor de lo mejor, transmitido a través de los genes de esos antepasados hasta llegar a él. Por ello aquél a quien se le ha explicado la respuesta a la pregunta de ¿por qué aún hay monos? y sencillamente decide dejar de lado la evidencia y no quiere entender, no merece la inversión de un recurso tan limitado como es el tiempo... es mejor ignorarle y seguir el camino.
3 comentarios:
Respetando tu modo de pensar. No creo que seamos descendencia de Un mono.Ni que nos haiga creado un Dios.Es una pregunta que jamas creo que tendra respuesta concreta.. El origen del universo....mmmm.LO unico cierto es que el ser humano es diferente de los demas animales..Somos pensantes.. Y no creo que hallamos salido de un ser no pensante como un simio. De Un Dios..Na... Son pura fantasias del ser humano por creer en algo poderoso. Es mi modo de pensar..Existimos por algo.. por algun evento natural....Puede ser que el alineamiento de los planetas del 2012... Nos de algunas respuestas.Que algo suceda en esa fecha parecido a la creacion del hombre.. quien sabe.. Saludos!!
Hasta ahora, NADIE, entre los que sostienen el punto de vista evolucionista, ha podido comprobar el "origen de las especies", con su argumento fundado en la evolución. TODOS se han quedado en ESLABONES PERDIDOS, sin importar la especie, el tiempo o el espacio. Tristemente, Isaac Asimov toma como "verdad" una supuesta relación entre el hombre y el mono, basando su opinión en un "ancestro común" del cual se derivan los homínidos, una fuente que NADIE ha podido comprobar. TODOS ellos parten de suposiciones.
Los invito a "(com)probar" la evolución, desde el punto de vista "científico" con argumentos sólidos, no con suposiciones. Cuidado con los pseudocientíficos que niegan la creación por la "falta de evidencia tangible," pero que basan sus aseveraciones en lo que creen, pero que tampoco pueden comprobar.
No perdamos de vista que, para que la supuesta cadena evolutiva pudiera ser cierta, no haría falta un eslabón perdido, sino millones, los cuales pudieran explicar la evolución.
Si este blog intenta ser científico, los invito a ser más serios en sus afirmaciones y no querer hacer pasar puntos de vista como verdad.
Finalmente, también los invito a CONOCER la biblia y no a interpretarla. La PALABRA es unívoca; no permitan que se tergiverse por posturas sesgadas, sin conocimiento real. Ese es uno de los grandes errores, no de la ciencia, sino de los que se intentan llamar científicos, pero que distan de serlo.
Respetuosamente,
Mizael
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