martes, 12 de agosto de 2008

La caridad o generosidad no es desinteresada.

Independientemente de los últimos descubrimientos en materia de genética relacionada con generosidad es interesante considerar que la caridad no es desinteresada, al menos no lo es del todo.

Para hace el estudio vayamos a un caso extremo de caridad o generosidad:

¿Cuántos de nosotros hemos visto vídeos o escuchado historias o noticias de la difunta Madre Teresa de Calcuta ayudando niños o necesitados en África? basándonos en dicha información podríamos decir que esa persona ha actuado desinteresadamente durante toda su vida ayudando a quienes lo necesitan.

Sin embargo esa sería una afirmación falaz.

Efectivamente, no podemos negar el auxilio que prestó la Madre Teresa de Calcuta a muchas personas, pero asegurar que lo hizo sin esperar nada a cambio es falso: esperaba la salvación de su alma, irse al cielo.

En otras palabras, la actividad realizada durante toda su vida fue encaminada a salvarse y, como externalidad positiva ayudó a muchas personas, pero al final no fue la propia caridad o generosidad en sí misma (ayudar al prójimo sin recibir nada a cambio) lo que motivo el actuar sino un fin último y personal.

Pero es natural y normal, no es algo para rasgarse la toga y aullar como lobos, los seres humanos actuamos impulsados por nuestro bienestar, presente o futuro. Es intrínseco a nosotros mismos.

El mismo principio mueve al religioso que (como la Madre Teresa de Calcuta) promovió misiones de ayuda, que al ladrón que busca la forma de agenciarse ilícitamente del “pan de cada día”, es decir su propio bienestar.
Ojo que no tengo nada en contra de la Madre Teresa de Calcuta, simplemente es un ejemplo. Pero como este hay muchos más: aquellos filántropos millonarios que al final se regodean en sus múltiples ayudas lo hacen para sentirse bien consigo mismos; los capos del narcotráfico que ayudan a sus comunidades lo hacen para resguardar su seguridad; los pastores, párrocos, religiosos de todo tipo que, en el mejor de los casos, lo hacen para irse al cielo, al nirvana o como queramos llamarlo.

Al final de cuentas actuamos empujados por el principio que, bien o mal, nos ha puesto donde estamos: nuestro propio beneficio.

It.

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